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lunes, 1 de abril de 2013

BETO

   No es un perro amarillo porque tiene algo que contar. Su amo le ha puesto nombre y se le nota en el peso, en las babas y en lo mal que huele; pero su antigua condición  se muestra cada vez que percibe que tanto él como yo buscamos un sitio donde refugiarnos de la conversación obligada, torpe y social. Sabe de qué demonios hablo y, mientras los anfitriones no oyen más que sus propios comentarios (destinados a la galería anquilosada), él muestra su respeto acercándose más al cristal que nos separa porque sabe que así oirá mejor que antes, se le pasarán las ganas de comer y de llamar la atención y podrá, ¡por fin! contar con uno de su especie para que, aunque se me olvide despedirme de él y gritarle como se debe gritar para que identifique mi tono, podrá recordar al menos qué pretendía al escribir Relapso. Sólo le falta fumar en pipa.

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