- Este
Tribunal, ante los hechos acaecidos, la aportación de nuevas pruebas, nuevos
documentos, y sobre todo ante la desaparición de Raimon Smith (antes Milton),
no ve indicios para valorar su culpabilidad o inocencia. Él creó este Tribunal
para que el Enlace Técnico le juzgara, el Enlace no le juzga porque no puede
condenarle, el Enlace es de nuevo Él pero sin que sepa su procedencia, por el
momento, y de todos los que han podido acceder a esa papeleta condenatoria,
sólo una persona ha podido sentir lo que sintió su piel cada instante en que
pudo sentir Amor, sólo una persona sabe por qué nunca le entienden, sólo una
persona ha aceptado el reto de relevarle desde hace ya 3366 años.
Mathilda
Killsher oía al Gran Juez, sentada con todos los demás; junto al Gato, a Quino,
al Señor Feliciano Felices, a casi toda la Corporación, muy pendiente de ella,
junto a Amy, al lado de una señora muy guapa ya sin libreta, a Karen, a un tipo raro con una camiseta que
decía “ese cielo se repetirá”, junto a Kinaski que intentaba pasarla el número
de teléfono, a Tere, a la Tata Madrina, a mi editora, a un tipo con un impermeable
amarillo que había hecho doscientos kilómetros sólo para saber quien recogería
el testigo y que antes de ser Capitán fue perro amarillo (por cierto). Todos
ellos expectantes, unos con ganas de Crucifixión; otros, pocos, con ganas de
Redención y otros (me temo que con un CI muy superior al mío) esperando al
sucesor.
- La persona
indicada es… (Sordina muy lejana, no redobles de tambores, tal vez una trompeta
afinando)… ¡MATHILDA KILLSHER!
El ujier se
acercó a Mathilda que permanecía sentada, madurando lo que se le venía encima,
sus compañeros de asiento se levantaron aplaudiéndola unos, otros besándola,
otros disimulando su enfado.
- Mathilda
Killsher ¿acepta?
Mathilda no
esperaba esa fórmula de protocolo, ¿qué era lo que tenía que aceptar?
- ¿Que si
acepto? ¿el qué? (¿el qué? no lo dijo pero lo pensó). – Ssiiii (un si demasiado
bajito, casi inaudible pero que no le hicieron repetir)
- Mathilda
Killsher, en este momento queda declarada Culpable y continuadora de la
búsqueda del Enlace Técnico.
La Sala se
vacía, las papeletas condenatorias están en el suelo, algún papel aprovechado
por detrás dice “Karen no sabe quién soy pero yo sigo buscándola”, un perro
amarillo lo olisquea y sigue. Mi editora tiene trabajo. Cide Hamete se queja de
que la gente no para, no hay viento, se petrifica, tampoco hoy se ha lavado.
Mathilda se enfrenta a algo que no le es del todo desconocido pero ahora la
carga la lleva ella sola; en el centro de la Sala no se la lapida pero está en
el centro, a su alrededor los libros son lanzados por las ventanas, la Corporación
murmura, todo le da igual porque quiere ser ella pero sufre una culpa, la de
los demás, la de los que no se atreven, la de los que no sueñan, la de la gente
que no quiere líos (pero pone la televisión para contemplarlos cómodamente); es
posible que Mathilda no fuera la persona más indicada para suceder a Dios en la
Tierra pero supo amar como sólo Dios ama.
- ¿Estás?
- Y ¿qué pasa
con las “culpas” de los demás?
- Te refieres
a las de Feliciano Felices, a las de Quino, a las de…
- Sí, qué pasa
con las de los demás; con las de Milton, por ejemplo.
- Mathilda
Killsher asume todas, aunque crea que sólo tiene una, la de su ser, pero irá
perdiendo “su memoria” y reunirá en ella todo lo de los demás. Es Dios y está
enamorada.
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