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martes, 30 de diciembre de 2014

EL PASILLO

No he sentido, hasta ahora, más compañía que la de un mirlo y su oponente a distancia. No consigo verlos pero marcan el camino como balizas para el navegante. El reflejo de la luz, que penetra entre los árboles, crea una sombra estelar apagada y distante. Allí está su refugio, entre las hojas mecidas por el aire del sur. Abandono el último instante de vida fugaz para cruzar el paso subterráneo, solitario, oscuro, tan ancho en su profundidad como en los gravitacionales movimientos de mi cuello escrutando esa presencia. Veo el fondo del túnel pero, de repente, me he parado. Ahora tengo miedo de cruzarlo; no son ghules, no hay ladridos ni ruidos de hojalata, ni charcos amenazadores de torpes caídas convencidas del inminente final. Ando de lado, los ojos me abrazan la nuca y mastico mi mal olor. Corro, corro hasta el final. He salido y sigo con ese escalofrío. En el negro horizonte estalla una supernova para mí.

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