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viernes, 29 de noviembre de 2013

RELAPSO (III)

III
La niebla lo invadía todo, niebla alta, en cola, esperando su turno para bajar y ocupar todo. Demasiadas drogas, Dartane hizo lo suyo en las neuronas de Milton pero “sabía” que la niebla era la entrada, un aviso de entrada, todo se volvía de la parte lodosa del canto, por más que quisieras no manchar los guantes, la parte lodosa dejaba su marca y sólo tenías que limpiarla para que todo se volviera barro. Un dolor horrible en la herida que le hicieron en el hospital, humedad hasta que todo se volvía azul y luego blanco. Un chambelán pedía el óbolo de San Pedro y la piedra, limpia, ahora era moneda de cambio.
- Te están esperando.
La Sala del Gran Tribunal giraba en ascendente para que ocupara el sitio indicado. Silencio, humedad, olor a madera roída y a vidrios rotos. No había eco, silencio. Una gran cortina se abría dejando ver las torres de La Gran Ciudad por encima de las nubes, el suelo en obras de Berlín y la zona por donde se paseaba en busca de Jack el Destripador (al menos no había niebla); alguien apretó un botón y las imágenes desaparecieron, fondo blanco, pantalla blanca, sonido Toddao, olor a garrafas de anís Ticotico. Milton se olía lo peor. Alguien apretó, de nuevo el botón, pantalla blanca, dos cucarachas rubias, tres, seis; el chambelán cogió un paño de cocina de los blancos con borde de colores, lo estiró con los dedos pulgar e índice de la mano derecha y pulgar e índice de la mano izquierda, en sentido perpendicular, estiró un poco más, mojó la punta del paño que sostenía la mano izquierda, volvió a estirar; la mirada la tenía totalmente dirigida a las seis cucas que alguien había agrupado con un vaso boca abajo en una barra de mármol blanco. Se levantó el vaso, sólo dio tiempo a ver el intento de escape de su caja de cristal, el látigo blanco saltó de la mano izquierda del chambelán y aplastó dos de un golpe, recuperó el látigo y una a una fue sentando a las cucas en la barra, moviendo las antenas  a la espera de lo que ya sabían que iba a ocurrir, su cuerpo quebrado en dos, pero sin separarse, hacía que miraran hacia el Gran Tribunal esperando el sorteo.
- ¡El dos! alguien abrió el grifo del lebrillo de zinc.
La cuca número tres movía las antenas e intentaba arrastrar el culo pero la parálisis era casi total aunque no dolorosa; el chambelán dio la vuelta a su paño y lo descolgó por la parte húmeda hacia la cuca número tres, ésta se agarró y el chambelán dando un pequeño tirón la izó conduciéndola hacia el lebrillo de zinc, el remolino ya estaba formado y la depositó, con suavidad. El remolino tomó la forma de un corazón desconcertando la influencia gravitacional del hemisferio.
10:40; Juzgados de Plaza de Castilla, arco detector, prisas, máquina de café, ascensor que no funciona (si funciona). Milton se está meando, el W.C. vacío, mea en la pared, se mira en el espejo; - ¿Habrá llegado el abogado? Sale al exterior, no hay nadie, pasillo de la derecha, largo, más largo, - ¡no es tan largo! No hay nadie, madera amarilla barnizada por culos inquietos, sólo sus pasos; hacia el ventanal; abajo Berlín en obras y el cielo cubierto por las torres de no sé qué ciudad, no es Nueva York, tal vez…
- ¡Milton! Por este ascensor, por favor.
Última planta, Gran Corredor, ascensión, Galería del Louvre.
Cuando Milton se encontró con Él, se arrodilló, su cuerpo se estremeció, lloró amargamente porque empezaba a comprender, a restablecer su memoria; se encontraba ante él mismo, su busto partido lo miraba con piedad, como esperando una caricia, alguien visitaba en ese momento la Sala, una mujer y sus dos hijas; su mujer y sus dos hijas. Milton lloraba, su mujer le apretó la mano, con dulzura, sus hijas jugaban con el aifon. Se despidió.
Gaby echó las cortinas, parte del Jurado había llegado, unos en blanco y negro, otros ocupando sus escaños de señoría jugaban como en un Pleno, le miraban de vez en cuando, entre el despiste del ¿de qué va esto? al ¡ya está condenado! Milton empezaba a recuperar su memoria, las lágrimas brotaban, densas, sin que cayeran; alguien, apiadado, le llevó un Martini en un vaso cuadrado, sin aceituna, sin angostura; pero estaba frío. Milton lo cogió escéptico pues el Martini siempre le hacía reír y no era momento como para mostrarse ante el Gran Tribunal con todos los boletos para repetir, ¿o sí? Ahora sólo pensaba en que no se había podido despedir de su mujer como él hubiera querido, diciéndola te quiero, como si fuera la primera noche de las que le juró que le diría te quiero todas las noches que estuvieran juntos y que olvidó de decir, o no. Al tercer sorbo ya estaba entonado, le daba igual lo que ocurriera, pero tenía más miedo que nunca porque había cometido el crimen más castigado, el que no admitía dudas, el que se anunciaba en los Edictos porque nadie era tan torpe de comparecer ante un Tribunal al que habías escupido y humillado. Siempre creyó en la redención pero la acusación era de Relapso. Él era su propio Juez, él era casi la mayoría del Jurado, él era el que debía, de nuevo, pagar otra vida de pena sabiendo que podía haberlo evitado. El cuarto sorbo, por primera vez, ya no le hizo reír, comprendió por qué y cómo pudo caer en semejante crimen y el poder que se le otorgaba era inmediato y soberano. Intentó poner en orden las ventajas de “repetir” y no encontraba nunca algo satisfactorio.
- ¿Estás?
- ¿Cómo te sientes?
La libreta está ahora llena de anotaciones. Es posible que, como de costumbre, haya dejado pasar algo por alto. Ella sigue siendo bella, es la misma, le sientan bien esas gafas, le hacen ser interesante o ¿será el tono de su voz? Sus tetas, su culo y su manera de caminar pidiendo una autorización a no sé quién. Me gusta y yo le caigo bien. Me conoce de algo pero no sé de qué.
- Empiezo a creer en la “realidad”
- ¿Cuándo te diste cuenta de lo que estaba sucediendo?
- Al principio parecía como un juego de niños (o de adultos); ella coqueteaba, se dejaba enamorar. Nada más lejos de la imagen de mi mujer, ¿un flirt? puede ser.
- ¿Estás siendo sincero?
- Trataré de poner orden. ¿Me servirá de algo?
- No creo.
- ¿Entonces?
- Es posible que a ti si te sirva si eres capaz de trasladar tu interior, expresarlo, y encontrar el nudo que dé partida a tu vida.
- Te contaré algo. Hace 3366 años Dios se hizo hombre, y encontró la Felicidad humana en compañía de su mujer, de sus hijas y de la naturaleza que Él había creado. Dios amaba tanto a su mujer que quiso “sentir” el amor perdiendo su divinidad, para ello tomó “precauciones”; la condición de ser “hombre” llevaba a la muerte, así que memorizó el AmDuat, es decir, memorizó todos los pasos, oraciones, visiones, pasadas y futuras, en la vida y en la muerte, que le conducirían a su condición de Dios. Técnicamente era posible para cualquier hombre que supiera todo el procedimiento del AmDuat, pero una sola equivocación, sólo un error en el “camino” le haría “repetir” una vida inferior y poco a poco perdería esas pistas necesarias para no errar hasta que la muerte definitiva acabara con Él. El Gran Tribunal era el final del camino, posiblemente un atisbo de luz de la memoria perdida, tal vez la imagen que en sueños daba cuerpo al verdadero amor que Dios sintió por su mujer. Si lo conseguía, su crimen sería perdonado.
Con el transcurrir de los años Dios, ya hombre, fue cambiando de nombre y de condición social, pero su mujer seguía siendo la misma aunque cambiara de cuerpo y la amara igual que siempre.
- ¿Cuándo supiste que conocías el AmDuat?
- Realmente nunca se sabe a ciencia cierta de que lo conoces. Es demasiada la presión. Un solo error y se acabó, vuelta atrás y a peor. Por eso hay técnicas para memorizar de corrillo, no parar, seguir, no dudar y si dudas hacerlo sea lo que sea. Es duro y desgasta y sobre todo el cerebro cada vez necesita menos imágenes reales que ocultan la verdad, con lo que la vida real se vuelve un poco incómoda.
- ¿Te acuerdas del cuerpo anterior de tu mujer?
- Del primero sí. Del resto son los detalles que me llevan a ella, sus pómulos, sus ojos, su pelo, su olor, su chichi, su forma de besar.
- Háblame de ella.
- ¿Qué quieres saber?
- Yo no quiero saber, eres tú quien quiere saber. Todavía no tienes claro si quieres hacer ese camino.
- Ese camino no lo marco yo; hay una puerta que se abre y ahí está todo, se abre y hay que entrar; con miedo como siempre, perdí la valentía hace ya muchos años y el ser “hombre” sirve para ser cauto sobre todo cuando hace tiempo que has superado los cincuenta. Cauto no quiere decir que no des el paso, el paso lo das pero siempre se mira atrás, aunque en mi caso sigo dando una voltereta antes que me haga ser irreflexivo y así tener la coartada suficiente para que cuando llegue el momento oportuno sea mi “forma de ser” la que ha tomado esa decisión.


El Juez Principal se sentó, acomodó los papeles rescatados y dirigiendo una mirada a Cide le preguntó:
- ¿Hay más?
- Oui, Monsieur. Los papeles de ella, puede que haya alguno más entre ellos.
- ¿Debería este Tribunal considerar que se aporten esos papeles?
El Gran Tribunal estaba incompleto, faltaban miembros del Jurado pero el resto tenía poder de decisión. No hubo respuesta pero cada miembro repasaba sus apuntes para cuando fuera necesario dar una valoración. ¿Los papeles de ella? No se habían considerado, nunca se habían aportado como una prueba. Un representante de la editora pidió una moratoria que fue denegada.
- Puedo mirar mi saco de papeles –sugirió Cide mientras daba un paso atrás soltando sus pañuelos al “aire”-.
- Se inicia la Vista –anunció el chambelán- El Juez Principal tomó la palabra.
- Este Juicio se ha desencriptado para que todos aquellos que tengan acceso a él y que perdieron poco a poco la “Comprensión Lectora” puedan “visionar” una pista, un escape o una solución. Son llamados todos aquellos que han ido perdiendo la memoria, su memoria o su Memoria (no desencriptada). Son llamados todos los que hicieron de su vida un mundo pasado y “olvidado” que perdura por el alcohol y las drogas; son llamados aquellos que sólo tienen imágenes y no tienen porqués. Son llamados los que fueron niños y sufrieron toda su vida por no poder ser niños. Son llamados los que crearon a Dios y le permitieron que dejara que ello ocurriera. Son llamados los que le van a juzgar como hombre. Son llamados todos los que recibieron golpes cada vez que no pensaban como los otros. Son llamados los padres y los hijos que nunca consiguieron serlo. Son llamados los que tuvieron que escapar sin encontrar el amor. Son llamados los que hicieron promesa, los que fueron siempre fieles, los que nunca delataron, los que se llevaron la culpa siendo inocentes, los que han llorado no por ellos sino por él. Son llamados los que encontraron el amor sin saberlo y cuando lo supieron se aprovecharon de él. Son llamados todos a los que se les dio otra oportunidad y su desmemoria les hizo seguir, fueron juzgados por el Crimen de Relapso y volvieron a recaer en él. Son llamados todos los que no fueron perdonados.
Son llamados los condenados a que nadie les entienda. Son llamados los que cuando quieren decir “algo importante o definitivo” son ninguneados, no se les oye o no se les quiere oír. Son llamados los que no pueden expresar ese sueño maravilloso que ocurrió esa misma noche y que necesitan contar. Son llamados los que creen en el amor sin papeles. Los que sabían cómo contarlo y se les olvidó. Los que siempre estaban en ella y perdieron su divinidad. Los que vivieron. Son llamados los raros, los locos, los que vieron la luz en algún momento, los que eligieron el camino bueno. Los que no saben de colores sino de color. Los… (Desencriptar).
Son llamados los que compartieron una vida sin conocerse, sabiéndolo; los que compartieron una vida con gustos distintos, ideas distintas, saberes diferentes; los que amaban de forma diferente; los que permitían vivir aunque no se lo creyeran del todo.
No son llamados los que humillan el amor, los acusicas, los que tiran libros por las ventanas, los que encarcelan a Princesas enamoradas, los que ponen detectives, los que amenazan y amenazan, los chantajistas. No son llamados los que duermen plácidamente mientras bajo su techo alguien sufre. No son llamados los que lo hicieron mal y no pidieron perdón. No son llamados los que no miran a la cara. No son llamados los que imitan llorar. No son llamados los que atesoran una vida que no tienen.
Delante del Gran Tribunal Milton intentaba poner en orden todo lo que le estaba sucediendo desde que consiguió comprender que su mujer, presa de su marido, era la mujer de siempre. Se enfrentaba a una no continuidad. Era, posiblemente, la última vez que pudiera tener un acercamiento a la redención y notaba que nunca conseguiría tener a la mujer de su vida porque había perdido la parte de amor que le correspondía. Ahora se enfrentaba a la muerte, seguramente por homicidio, y al no perdón; buscaba en la memoria la pista necesaria, la parte que le podría salvar, que existía, pero que siempre estaba oculta o se disipaba; era como aquellas lecturas en las que se leía y leía, se pasaban páginas y páginas y sólo, entre párrafo y párrafo, aparecía la causa, el momento, el cuerpo de Karen, la muerte, la cita obligada, el hacer maletas sabiendo que ese viaje era siempre de vuelta. Ahora estaba siendo condenado, o al menos debían estar condenándolo; pero su única preocupación, lo único que le perturbaba, era Kinaski. No podía comprender por qué lo que para él era el Summum del placer, el disfrute hasta el hundimiento, el encharque, o la marea que podía provocar el coño de Karen, suponía para él, el Gran Follador, “el gran pecado en las mujeres” (la vagina grande). El encuentro con la Gran Catedral, la Galaxia devoradora, la Mujer absorbiendo todo el poder del Universo, ser absorbido y atrapado, totalmente entregado a la destrucción física por el poder que me daba si aceptaba el amor que me entregaba y se lo devolvía de la misma manera, sólo con amor. Amor por amor, placer extremo. Un amor tan grande como el Coño de Courbet (pero afeitado). Kinaski no amaba a las mujeres, sólo las follaba, esa era la diferencia.
Alguien conocido recientemente tenía la palabra en ese momento, las meditaciones de Milton se apagaron aunque seguía teniendo en el recuerdo a Kinaski del que tanto había aprendido. La gata amarilla tenía la palabra, venía de la carnicería del barrio y le habían dicho de buena tinta que Milton era un sinvergüenza y un canalla. Milton, en cierta ocasión, mientras hacía el amor con Karen, le describió la forma con que se solía despedir de él la gata amarilla, cómo eran sus besos e intentó imitarlos y le salió a la perfección. Los ojos de Karen se llenaron de rabia pero en los ojos de Milton no encontró más que una descripción; la gata amarilla no era la mujer de Milton y Karen se quedó tranquila. Muchas veces le entraban cortos ataques de celos pero tenía la seguridad de que Milton le pertenecía (no en exclusiva), pero si tuviera en ese momento a la gata amarilla la lanzaría contra la pared y pisotearía sus añicos. La gata amarilla venía acompañada del brazo del gilipollas de su marido (como Karen lo definía) y de Pepe que venía con el veredicto en un pergamino con copia de papel de calco. Milton era culpable.
Cide Hamete entró en la Gran Sala. Milton gozaba cada vez que le veía moverse de esa manera tan rara, tan mágica, incluso tan comercial. ¡Cómo le gustaba verlo! Esta vez él también venía acompañado de “su sobrino” que le servía de porteador.
- Qu'est-ce que Monsieur? –preguntó el Juez Principal.
Cide Hamete paseó hacia adelante y hacia atrás, soltó sus pañuelos al aire, dio una vuelta, se acercó hasta donde estaba Milton y mirándolo a los ojos y volviendo hacia atrás exclamó:
- Los papeles de ella.
- ¿De quién? –Inquirió el Juez Principal- El tono era el que utilizan los jueces y fiscales, el de procurar encontrar la contradicción como prueba resolutoria

- De ella. –Cide Hamete no se arredraba, seguía con su baile. – De ella Monsieur.

viernes, 22 de noviembre de 2013

RELAPSO (II)

II
Milton amaba a su mujer. Tenía diferencias con ella a la hora de interpretar la palabra amor pero la amaba (tal vez la admiraba más que otra cosa pero, seguramente, el amor (léase cadena) fuera el nexo de unión que hacía que nunca la pudiera abandonar definitivamente. Milton la conocía desde la época en que fueron adolescentes y llevaban conviviendo más de treinta años. Los papeles grises que ella no le pidió para seguirle se convirtieron en hipoteca, agenda de cuentas, trabajo continuo y “vida social”. Milton tenía una amante, Karen, veinte años mayor que él. Una noche, de novios, Milton y su mujer se despidieron como todas las noches porque a las diez había que estar en casa. La tarde había sido de las de meterse mano por debajo de la manta que los “ocultaba” de las miradas de la madre y la hermana de Milton mientras veían la televisión, esperando no sé a qué pero que a la hora o así desaparecían y podían hacer el amor y practicar más el juego clitoridiano. Milton envidiaba el placer que se descubría en su mujer. Le gustaba mirarla pero también le gustaba elevar la cuenta de polvos que llevaba en la tarde, seis, siete. Milton se encaminaba a darse un homenaje, cuatro o cinco blended, paquete de tabaco entero, bocadillo y a dormir. Esa noche Karen, estaba esperándole en la barra del pub.
- ¿Y Mauri? Preguntó a Karen.
Karen y Mauri estaban casados, pero no se llevaban bien; un día Mauri le hizo una afrenta a Karen, de la que, posiblemente, se iba a arrepentir para el resto de su vida, se enfadó con ella convencido de que le estaba poniendo los cuernos con no sé qué importador de sanitarios, hubo discusión y, en un momento acalorado (los dos eran muy educados y nunca se habían faltado al respeto) Mauri le dijo que si el de los sanitarios la follaba por detrás para no ver la barba y el bigote de Karen. Karen siempre había tenido algo de vello pero a veces se le notaba algunos pelos oscuros sin necesidad de que se pusiera al trasluz.
- Ni lo sé… No me importa, trabajando supongo ¿has follado lo suficiente?, respondió Karen.
Milton rió pero el tono de Karen, uruguaya (desde entonces Milton siempre ha considerado a los argentinos, a los chilenos y a los uruguayos como primos hermanos) no era el tono afectuoso de todos los días. Milton se sentía querido, más bien protegido, por Mauri y Karen, puede que fuera el hijo que siempre perdieron y que nunca tuvieron (no tengo muy claro si al cabo de los años tuvieron uno). Para romper el hielo Milton, ya cambiando el semblante a serio le dijo:
- ¿Quieres una copa?
- Si, pero no aquí, ¿quieres tomar una en mi casa?
Milton “alucinaba en colores”, esa invitación era lo que luego sería, el comienzo del abandono de su ombligo; a partir de ese día Milton sabría que no era el centro del Universo o en todo caso tendría que considerar que había más centros en el Universo y Karen era uno de ellos.
Al día siguiente Milton no era el mismo bajo la manta, viendo la televisión, su novia le miraba, él fumaba y fumaba pero su novia sabía que algo no iba bien; después de que se fueran su madre y su hermana echó seis polvos pero la cosa no iba bien.
Cuando volvió a ver a Karen, no sabía realmente que era ella: nada más lejos de aquella mujer culta de modales elegantes; incluso, tal vez el estilo si fuera el mismo, pero el pelo no era el mismo y las carnes tampoco. Pero era ella. Ella lo sabía realmente y Milton empezaba a sospecharlo. Serían las miradas.
- ¿Estás?
- Eso fue antes del desencripte ¿no?
Dos o tres años antes. Karen se paseaba con su utilitario a toda pastilla por las calles de Villaverde con las ventanillas abiertas y la radio a tope, iba y venía de El Korteinglés al gimnasio pegando acelerones y dando saltitos en su asiento al son de la música zumba, meneando la cabecita, con la boca sonriendo y mirando por encima de sus gafas de sol, cuando encontraba a Milton.
- Hooooola guaaaapo.
- Hola Karen, hola Princesita.

Una vez Milton recorrió doscientos kilómetros para vez a Karen, la había encontrado y desde ese momento no dejó de ser, de nuevo su amante. Seguía viviendo con Mauri; efectivamente tenía dos hijos (el desencripte juega malas pasadas) y Mauri no reconoció, después de tantos años a Milton. Milton dejó las drogas (que no el alcohol) pero Mauri cada vez fumaba más y bebía más y lo peor era que se había vuelto violento y tenía, de vez en cuando, algún que otro altercado y había que sacarlo de comisaría. Karen nunca le perdonó la ofensa del pasado. El desencripte de Karen llevaba buen curso pero Milton seguía pensando que faltaban papeles que Cide le había ocultado. No sólo eso, Milton era incapaz de concentrarse con el ir y venir de su mujer cambiándole la programación, poniéndole canales de salsa rosa, chismes, cotilleos y toda esa mierda que ponen en la tele para que el desencripte nunca pueda llevarse a cabo; siempre te dejas algo; o si no te ponían el tiempo, que siempre fallaba pero que era necesario si querías ir cómodo con Luci camino de la Corporación. A todo esto la Corporación se la tenía sentenciada a Milton. No había más que inconvenientes y trabajo tedioso; lo último fue un ensayo de Octavio que no sirvió de gran cosa. Milton tenía muy claro que tenía que dejarlo pero si el desencripte fallaba tendría que seguir con esa gentuza que sólo aspiraba a vivir con termomix y hacer viajes a Tallín o lo que tocara. ¡Verdaderamente una puta mierda! (Cuando no sale el desencripte, todo va mal, habrá que volver a visitar a Cide)

viernes, 15 de noviembre de 2013

RELAPSO (I)

RELAPSO
IEstos Episodios los encontró Milton, el día que perdió la pista de El Miserable, en un mercadillo de Villaverde; Cide Hamete Benengeli vendía pañuelos de alta calidad, éstos tenían la particularidad de provocar viento allí donde estuvieran. Sus pañuelos, foulards y túnicas de deseo eran conocidos en toda la zona pero la atracción que tenían se desvanecía casi siempre por el viento que siempre les acompañaba. Cide Hamete, entre venta y venta, hacía abdominales en las barras del aparcamiento de bicis, hablaba poco francés pero lo hablaba porque siempre daba un toque de chance a su venta, él era marroquí y se lavaba de vez en cuando. Cide Hamete conocía a Milton y sabía que algún día le haría la pregunta apropiada.
- Comment ça va? Monsieur.
- Ça va!, ça va?
- Ça va, Monsieur.
Hizo ademán de mostrarme los largos y blancos foulards, se retiraba hacia atrás y en un baile medido (aunque pareciera anárquico) dejaba ver como los vestidos y pañuelos se acercaban hacia mí mecidos por su aire, él me miraba a  los ojos para ver si comprendía lo que pasaba.
- ¡Son mágicos!
- Oui, Monsieur.
- Très jolie.
Hice ademán de seguir, un olorete de no bañarse en tres o cuatro días me hacía incómoda, no hostil, la permanencia prerregateante que siempre he odiado o al menos me ha incomodado, era como si en vez de pañuelos me fuera a vender alfombras (¿para qué coño quiero yo una alfombra?). Cide me agarró por el hombro.
- Tengo algo para ti.
- Ya era hora; supongo que el rollo regateante nos lo podemos evitar ¿no?
- Tengo lo que andas buscando.
Quedamos para el día siguiente. Cuando apareció parecía un porteador de los que pasan la aduana española con Marruecos. Llevaba un saco grande de yute a su espalda, otro más pequeño y una bolsa de Karrefour de asas largas al hombro, que agarraba con una mano y con el codo presionaba para que no se escapara su interior y allí estaban, delante de mí, los papiros encriptados en el tiempo, listos para su traducción. Me contuve como pude pero Cide advirtió el sobresalto que ocasionaba en mí todo aquel material; - Me va a sacar las tripas, pensé.
- ¿Cuánto?
- Ça va.
- Ça va?
- Oui Monsieur.
Puse cara de póker, aquello debía estar en el puto juego del regate, pero no fue así. Me acompañó hasta el maletero del coche y me dijo:
- Imposible vender, ce mal.
Movía las manos como si estuviera atrayendo los pañuelos que ahora no llevaba y me daba la impresión de que estaba feliz de poder despojarse de ellos.
- ¿Por qué no te has deshecho de ellos antes?
Me miró como si estuviera escupiendo a Dios, se alejó y sin mirar diciendo:
- Ça va.

- Je pense la même chose. Grité.

domingo, 10 de noviembre de 2013

CUENTOS PARA NIÑAS GRANDES

CUENTOS PARA NIÑAS GRANDES
Había una vez una princesa que no podía dormir porque una ranita motera croaba sin cesar, todas las noches, en el estanque de palacio.
La Tata Madrina le dio la solución...
"Haz la pregunta adecuada y tendrás la respuesta adecuada"
La princesa, perpleja, se quedó un rato pensando.
¿Qué pregunta sería la que le diera la respuesta adecuada?; pero, tenía mucho que hacer, tenía que darse el nuevo maquillaje de la Srta. Pepis y luego ir de compras al Korteinglés. Así que, la pregunta la pensaría más tarde.
Los días pasaban y la princesa se olvidó totalmente del oráculo de la Tata Madrina; la ranita seguía noche tras noche croando en el corazón de la princesa con lo cual seguía sin dormir.
Un día, el día de los Epífanos, la princesa esperó a las seis de la mañana a la ranita para besarla, convertirla en príncipe y así escapar en un Ferrari F50 a ver mundo pero ese día la ranita motera no croó, la magia del día de los Epífanos escapó de la dulce princesa.
-¿Dónde estará la rana? -¿Por qué no canta? se preguntaba la princesa, obviamente engañada porque la rana de este cuento no es la rana que se convierte en príncipe: ese es otro cuento.
La ranita se pasó toda la noche de charca en charca en busca de la Tata Madrina; ésta había sido raptada por el mago Frestón y así la princesa, hechizada, no podría ver a su rana aunque la tuviera delante. La ranita, de todas formas, dejó dos letras impresas en el espejo de la princesa, TQ.
Mucho tiempo antes de que esto sucediera, la princesa de este cuento iba de un lado para otro, como siempre, riendo, saltando y jugando, a su antojo, incluso cuando pasaba por delante del perro Romano, cancerbero de las mazmorras de palacio y que a la princesa le daba miedo. Este hecho llamó la atención de Luz, vigilante del Olimpo, que tenía a su cargo la seguridad de la princesa.
¿Por qué la princesa cantaba y reía aún pasando miedo?
Luz determinó mandar a la ranita motera para averiguarlo.
Mientras tanto, uno de los pretendientes de la princesa, el Capitán Pescanova se deshacía día y noche por haber perdido el barco que le llevaría a la Tierra de Punt, tierra prometida para los caídos en la otra vida y que por perderlo, jamás podría llegar por muchas vidas que viviera y sabiendo una tras otra que nunca, nunca...que nunca lo conseguiría. Y en su tormento pasaba horas y horas confundiendo a su amor con el barco perdido y, jugando con su destino, mandaba poemas a su amada escritos sobre hojas de plátano, que el arroyo siempre cantarino llevaría hasta las fuentes de Palacio.
Bucear hasta el fondo de tu aroma
y sacar perlas, jugosas, de tus labios;
naufragar en las aguas de tus ojos
y querer seguir naufragando,
bajo la lluvia,
aunque estuvieras lejos.
Beber el zumo de tu cáliz
y abatido, caer, ya sin tabla salvadora, para no retornar.

Fdo.: tu Capitán Pescanova.

OHNE DICH - SIN TI

OHNE DICH - SIN TI
¿Cuánto tiempo llevamos intentando ser nosotros mismos sin querer serlo?
¿Cuánto tiempo llevamos queriendo ser libres sin querer serlo?
¿Cuánto tiempo llevamos siendo felices sin querer serlo?
¿Cuánto tiempo pasará hasta que comprendamos que el tiempo pasa?
¿Cuánto tenemos?
¿Cuánto perdemos?
¿Cuánto cuesta la libertad?

¿Cuánto es? Yo lo pago.