III
La niebla lo
invadía todo, niebla alta, en cola, esperando su turno para bajar y ocupar
todo. Demasiadas drogas, Dartane hizo lo suyo en las neuronas de Milton pero
“sabía” que la niebla era la entrada, un aviso de entrada, todo se volvía de la
parte lodosa del canto, por más que quisieras no manchar los guantes, la parte
lodosa dejaba su marca y sólo tenías que limpiarla para que todo se volviera
barro. Un dolor horrible en la herida que le hicieron en el hospital, humedad
hasta que todo se volvía azul y luego blanco. Un chambelán pedía el óbolo de
San Pedro y la piedra, limpia, ahora era moneda de cambio.
- Te están
esperando.
La Sala del Gran
Tribunal giraba en ascendente para que ocupara el sitio indicado. Silencio,
humedad, olor a madera roída y a vidrios rotos. No había eco, silencio. Una
gran cortina se abría dejando ver las torres de La Gran Ciudad por encima de
las nubes, el suelo en obras de Berlín y la zona por donde se paseaba en busca
de Jack el Destripador (al menos no había niebla); alguien apretó un botón y
las imágenes desaparecieron, fondo blanco, pantalla blanca, sonido Toddao, olor
a garrafas de anís Ticotico. Milton se olía lo peor. Alguien apretó, de nuevo
el botón, pantalla blanca, dos cucarachas rubias, tres, seis; el chambelán
cogió un paño de cocina de los blancos con borde de colores, lo estiró con los
dedos pulgar e índice de la mano derecha y pulgar e índice de la mano
izquierda, en sentido perpendicular, estiró un poco más, mojó la punta del paño
que sostenía la mano izquierda, volvió a estirar; la mirada la tenía totalmente
dirigida a las seis cucas que alguien había agrupado con un vaso boca abajo en
una barra de mármol blanco. Se levantó el vaso, sólo dio tiempo a ver el
intento de escape de su caja de cristal, el látigo blanco saltó de la mano
izquierda del chambelán y aplastó dos de un golpe, recuperó el látigo y una a
una fue sentando a las cucas en la barra, moviendo las antenas a la espera de lo que ya sabían que iba a
ocurrir, su cuerpo quebrado en dos, pero sin separarse, hacía que miraran hacia
el Gran Tribunal esperando el sorteo.
- ¡El dos!
alguien abrió el grifo del lebrillo de zinc.
La cuca número
tres movía las antenas e intentaba arrastrar el culo pero la parálisis era casi
total aunque no dolorosa; el chambelán dio la vuelta a su paño y lo descolgó
por la parte húmeda hacia la cuca número tres, ésta se agarró y el chambelán
dando un pequeño tirón la izó conduciéndola hacia el lebrillo de zinc, el
remolino ya estaba formado y la depositó, con suavidad. El remolino tomó la
forma de un corazón desconcertando la influencia gravitacional del hemisferio.
10:40;
Juzgados de Plaza de Castilla, arco detector, prisas, máquina de café, ascensor
que no funciona (si funciona). Milton se está meando, el W.C. vacío, mea en la
pared, se mira en el espejo; - ¿Habrá llegado el abogado? Sale al exterior, no
hay nadie, pasillo de la derecha, largo, más largo, - ¡no es tan largo! No hay
nadie, madera amarilla barnizada por culos inquietos, sólo sus pasos; hacia el
ventanal; abajo Berlín en obras y el cielo cubierto por las torres de no sé qué
ciudad, no es Nueva York, tal vez…
- ¡Milton! Por
este ascensor, por favor.
Última planta,
Gran Corredor, ascensión, Galería del Louvre.
Cuando Milton
se encontró con Él, se arrodilló, su cuerpo se estremeció, lloró amargamente
porque empezaba a comprender, a restablecer su memoria; se encontraba ante él
mismo, su busto partido lo miraba con piedad, como esperando una caricia,
alguien visitaba en ese momento la Sala, una mujer y sus dos hijas; su mujer y
sus dos hijas. Milton lloraba, su mujer le apretó la mano, con dulzura, sus
hijas jugaban con el aifon. Se despidió.
Gaby echó las
cortinas, parte del Jurado había llegado, unos en blanco y negro, otros
ocupando sus escaños de señoría jugaban como en un Pleno, le miraban de vez en
cuando, entre el despiste del ¿de qué va esto? al ¡ya está condenado! Milton
empezaba a recuperar su memoria, las lágrimas brotaban, densas, sin que
cayeran; alguien, apiadado, le llevó un Martini en un vaso cuadrado, sin
aceituna, sin angostura; pero estaba frío. Milton lo cogió escéptico pues el
Martini siempre le hacía reír y no era momento como para mostrarse ante el Gran
Tribunal con todos los boletos para repetir, ¿o sí? Ahora sólo pensaba en que
no se había podido despedir de su mujer como él hubiera querido, diciéndola te
quiero, como si fuera la primera noche de las que le juró que le diría te
quiero todas las noches que estuvieran juntos y que olvidó de decir, o no. Al
tercer sorbo ya estaba entonado, le daba igual lo que ocurriera, pero tenía más
miedo que nunca porque había cometido el crimen más castigado, el que no
admitía dudas, el que se anunciaba en los Edictos porque nadie era tan torpe de
comparecer ante un Tribunal al que habías escupido y humillado. Siempre creyó
en la redención pero la acusación era de Relapso. Él era su propio Juez, él era
casi la mayoría del Jurado, él era el que debía, de nuevo, pagar otra vida de
pena sabiendo que podía haberlo evitado. El cuarto sorbo, por primera vez, ya
no le hizo reír, comprendió por qué y cómo pudo caer en semejante crimen y el
poder que se le otorgaba era inmediato y soberano. Intentó poner en orden las
ventajas de “repetir” y no encontraba nunca algo satisfactorio.
- ¿Estás?
- ¿Cómo te
sientes?
La libreta está ahora llena de
anotaciones. Es posible que, como de costumbre, haya dejado pasar algo por
alto. Ella sigue siendo bella, es la misma, le sientan bien esas gafas, le
hacen ser interesante o ¿será el tono de su voz? Sus tetas, su culo y su manera
de caminar pidiendo una autorización a no sé quién. Me gusta y yo le caigo
bien. Me conoce de algo pero no sé de qué.
- Empiezo a
creer en la “realidad”
- ¿Cuándo te
diste cuenta de lo que estaba sucediendo?
- Al principio
parecía como un juego de niños (o de adultos); ella coqueteaba, se dejaba
enamorar. Nada más lejos de la imagen de mi mujer, ¿un flirt? puede ser.
- ¿Estás
siendo sincero?
- Trataré de
poner orden. ¿Me servirá de algo?
- No creo.
- ¿Entonces?
- Es posible
que a ti si te sirva si eres capaz de trasladar tu interior, expresarlo, y
encontrar el nudo que dé partida a tu vida.
- Te contaré
algo. Hace 3366 años Dios se hizo hombre, y encontró la Felicidad humana en
compañía de su mujer, de sus hijas y de la naturaleza que Él había creado. Dios
amaba tanto a su mujer que quiso “sentir” el amor perdiendo su divinidad, para
ello tomó “precauciones”; la condición de ser “hombre” llevaba a la muerte, así
que memorizó el AmDuat, es decir, memorizó todos los pasos, oraciones,
visiones, pasadas y futuras, en la vida y en la muerte, que le conducirían a su
condición de Dios. Técnicamente era posible para cualquier hombre que supiera
todo el procedimiento del AmDuat, pero una sola equivocación, sólo un error en
el “camino” le haría “repetir” una vida inferior y poco a poco perdería esas
pistas necesarias para no errar hasta que la muerte definitiva acabara con Él.
El Gran Tribunal era el final del camino, posiblemente un atisbo de luz de la
memoria perdida, tal vez la imagen que en sueños daba cuerpo al verdadero amor
que Dios sintió por su mujer. Si lo conseguía, su crimen sería perdonado.
Con el
transcurrir de los años Dios, ya hombre, fue cambiando de nombre y de condición
social, pero su mujer seguía siendo la misma aunque cambiara de cuerpo y la
amara igual que siempre.
- ¿Cuándo
supiste que conocías el AmDuat?
- Realmente
nunca se sabe a ciencia cierta de que lo conoces. Es demasiada la presión. Un
solo error y se acabó, vuelta atrás y a peor. Por eso hay técnicas para
memorizar de corrillo, no parar, seguir, no dudar y si dudas hacerlo sea lo que
sea. Es duro y desgasta y sobre todo el cerebro cada vez necesita menos
imágenes reales que ocultan la verdad, con lo que la vida real se vuelve un
poco incómoda.
- ¿Te acuerdas
del cuerpo anterior de tu mujer?
- Del primero
sí. Del resto son los detalles que me llevan a ella, sus pómulos, sus ojos, su
pelo, su olor, su chichi, su forma de besar.
- Háblame de
ella.
- ¿Qué quieres
saber?
- Yo no quiero
saber, eres tú quien quiere saber. Todavía no tienes claro si quieres hacer ese
camino.
- Ese camino
no lo marco yo; hay una puerta que se abre y ahí está todo, se abre y hay que
entrar; con miedo como siempre, perdí la valentía hace ya muchos años y el ser
“hombre” sirve para ser cauto sobre todo cuando hace tiempo que has superado
los cincuenta. Cauto no quiere decir que no des el paso, el paso lo das pero
siempre se mira atrás, aunque en mi caso sigo dando una voltereta antes que me
haga ser irreflexivo y así tener la coartada suficiente para que cuando llegue
el momento oportuno sea mi “forma de ser” la que ha tomado esa decisión.
El Juez
Principal se sentó, acomodó los papeles rescatados y dirigiendo una mirada a
Cide le preguntó:
- ¿Hay más?
- Oui,
Monsieur. Los papeles de ella, puede que haya alguno más entre ellos.
- ¿Debería
este Tribunal considerar que se aporten esos papeles?
El Gran Tribunal
estaba incompleto, faltaban miembros del Jurado pero el resto tenía poder de
decisión. No hubo respuesta pero cada miembro repasaba sus apuntes para cuando
fuera necesario dar una valoración. ¿Los papeles de ella? No se habían
considerado, nunca se habían aportado como una prueba. Un representante de la
editora pidió una moratoria que fue denegada.
- Puedo mirar
mi saco de papeles –sugirió Cide mientras daba un paso atrás soltando sus
pañuelos al “aire”-.
- Se inicia la
Vista –anunció el chambelán- El Juez Principal tomó la palabra.
- Este Juicio
se ha desencriptado para que todos aquellos que tengan acceso a él y que
perdieron poco a poco la “Comprensión Lectora” puedan “visionar” una pista, un
escape o una solución. Son llamados todos aquellos que han ido perdiendo la
memoria, su memoria o su Memoria (no desencriptada). Son llamados todos los que
hicieron de su vida un mundo pasado y “olvidado” que perdura por el alcohol y
las drogas; son llamados aquellos que sólo tienen imágenes y no tienen porqués.
Son llamados los que fueron niños y sufrieron toda su vida por no poder ser
niños. Son llamados los que crearon a Dios y le permitieron que dejara que ello
ocurriera. Son llamados los que le van a juzgar como hombre. Son llamados todos
los que recibieron golpes cada vez que no pensaban como los otros. Son llamados
los padres y los hijos que nunca consiguieron serlo. Son llamados los que
tuvieron que escapar sin encontrar el amor. Son llamados los que hicieron
promesa, los que fueron siempre fieles, los que nunca delataron, los que se
llevaron la culpa siendo inocentes, los que han llorado no por ellos sino por
él. Son llamados los que encontraron el amor sin saberlo y cuando lo supieron
se aprovecharon de él. Son llamados todos a los que se les dio otra oportunidad
y su desmemoria les hizo seguir, fueron juzgados por el Crimen de Relapso y
volvieron a recaer en él. Son llamados todos los que no fueron perdonados.
Son llamados
los condenados a que nadie les entienda. Son llamados los que cuando quieren
decir “algo importante o definitivo” son ninguneados, no se les oye o no se les
quiere oír. Son llamados los que no pueden expresar ese sueño maravilloso que
ocurrió esa misma noche y que necesitan contar. Son llamados los que creen en
el amor sin papeles. Los que sabían cómo contarlo y se les olvidó. Los que
siempre estaban en ella y perdieron su divinidad. Los que vivieron. Son
llamados los raros, los locos, los que vieron la luz en algún momento, los que
eligieron el camino bueno. Los que no saben de colores sino de color. Los…
(Desencriptar).
Son llamados
los que compartieron una vida sin conocerse, sabiéndolo; los que compartieron
una vida con gustos distintos, ideas distintas, saberes diferentes; los que
amaban de forma diferente; los que permitían vivir aunque no se lo creyeran del
todo.
No son
llamados los que humillan el amor, los acusicas, los que tiran libros por las
ventanas, los que encarcelan a Princesas enamoradas, los que ponen detectives,
los que amenazan y amenazan, los chantajistas. No son llamados los que duermen
plácidamente mientras bajo su techo alguien sufre. No son llamados los que lo
hicieron mal y no pidieron perdón. No son llamados los que no miran a la cara.
No son llamados los que imitan llorar. No son llamados los que atesoran una
vida que no tienen.
Delante del
Gran Tribunal Milton intentaba poner en orden todo lo que le estaba sucediendo
desde que consiguió comprender que su mujer, presa de su marido, era la mujer
de siempre. Se enfrentaba a una no continuidad. Era, posiblemente, la última
vez que pudiera tener un acercamiento a la redención y notaba que nunca
conseguiría tener a la mujer de su vida porque había perdido la parte de amor
que le correspondía. Ahora se enfrentaba a la muerte, seguramente por
homicidio, y al no perdón; buscaba en la memoria la pista necesaria, la parte
que le podría salvar, que existía, pero que siempre estaba oculta o se
disipaba; era como aquellas lecturas en las que se leía y leía, se pasaban
páginas y páginas y sólo, entre párrafo y párrafo, aparecía la causa, el
momento, el cuerpo de Karen, la muerte, la cita obligada, el hacer maletas
sabiendo que ese viaje era siempre de vuelta. Ahora estaba siendo condenado, o
al menos debían estar condenándolo; pero su única preocupación, lo único que le
perturbaba, era Kinaski. No podía comprender por qué lo que para él era el
Summum del placer, el disfrute hasta el hundimiento, el encharque, o la marea
que podía provocar el coño de Karen, suponía para él, el Gran Follador, “el
gran pecado en las mujeres” (la vagina grande). El encuentro con la Gran
Catedral, la Galaxia devoradora, la Mujer absorbiendo todo el poder del
Universo, ser absorbido y atrapado, totalmente entregado a la destrucción
física por el poder que me daba si aceptaba el amor que me entregaba y se lo devolvía
de la misma manera, sólo con amor. Amor por amor, placer extremo. Un amor tan
grande como el Coño de Courbet (pero afeitado). Kinaski no amaba a las mujeres,
sólo las follaba, esa era la diferencia.
Alguien
conocido recientemente tenía la palabra en ese momento, las meditaciones de
Milton se apagaron aunque seguía teniendo en el recuerdo a Kinaski del que
tanto había aprendido. La gata amarilla tenía la palabra, venía de la
carnicería del barrio y le habían dicho de buena tinta que Milton era un sinvergüenza
y un canalla. Milton, en cierta ocasión, mientras hacía el amor con Karen, le
describió la forma con que se solía despedir de él la gata amarilla, cómo eran
sus besos e intentó imitarlos y le salió a la perfección. Los ojos de Karen se
llenaron de rabia pero en los ojos de Milton no encontró más que una
descripción; la gata amarilla no era la mujer de Milton y Karen se quedó
tranquila. Muchas veces le entraban cortos ataques de celos pero tenía la
seguridad de que Milton le pertenecía (no en exclusiva), pero si tuviera en ese
momento a la gata amarilla la lanzaría contra la pared y pisotearía sus añicos.
La gata amarilla venía acompañada del brazo del gilipollas de su marido (como
Karen lo definía) y de Pepe que venía con el veredicto en un pergamino con
copia de papel de calco. Milton era culpable.
Cide Hamete
entró en la Gran Sala. Milton gozaba cada vez que le veía moverse de esa manera
tan rara, tan mágica, incluso tan comercial. ¡Cómo le gustaba verlo! Esta vez
él también venía acompañado de “su sobrino” que le servía de porteador.
- Qu'est-ce
que Monsieur? –preguntó el Juez Principal.
Cide Hamete paseó hacia adelante
y hacia atrás, soltó sus pañuelos al aire, dio una vuelta, se acercó hasta
donde estaba Milton y mirándolo a los ojos y volviendo hacia atrás exclamó:
- Los papeles
de ella.
- ¿De quién?
–Inquirió el Juez Principal- El tono era el que utilizan los jueces y fiscales,
el de procurar encontrar la contradicción como prueba resolutoria
- De ella.
–Cide Hamete no se arredraba, seguía con su baile. – De ella Monsieur.
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