II
Milton amaba a
su mujer. Tenía diferencias con ella a la hora de interpretar la palabra amor
pero la amaba (tal vez la admiraba más que otra cosa pero, seguramente, el amor
(léase cadena) fuera el nexo de unión que hacía que nunca la pudiera abandonar
definitivamente. Milton la conocía desde la época en que fueron adolescentes y
llevaban conviviendo más de treinta años. Los papeles grises que ella no le
pidió para seguirle se convirtieron en hipoteca, agenda de cuentas, trabajo
continuo y “vida social”. Milton tenía una amante, Karen, veinte años mayor que
él. Una noche, de novios, Milton y su mujer se despidieron como todas las
noches porque a las diez había que estar en casa. La tarde había sido de las de
meterse mano por debajo de la manta que los “ocultaba” de las miradas de la
madre y la hermana de Milton mientras veían la televisión, esperando no sé a
qué pero que a la hora o así desaparecían y podían hacer el amor y practicar
más el juego clitoridiano. Milton envidiaba el placer que se descubría en su
mujer. Le gustaba mirarla pero también le gustaba elevar la cuenta de polvos
que llevaba en la tarde, seis, siete. Milton se encaminaba a darse un homenaje,
cuatro o cinco blended, paquete de tabaco entero, bocadillo y a dormir. Esa noche
Karen, estaba esperándole en la barra del pub.
- ¿Y Mauri?
Preguntó a Karen.
Karen y Mauri
estaban casados, pero no se llevaban bien; un día Mauri le hizo una afrenta a
Karen, de la que, posiblemente, se iba a arrepentir para el resto de su vida,
se enfadó con ella convencido de que le estaba poniendo los cuernos con no sé
qué importador de sanitarios, hubo discusión y, en un momento acalorado (los
dos eran muy educados y nunca se habían faltado al respeto) Mauri le dijo que
si el de los sanitarios la follaba por detrás para no ver la barba y el bigote
de Karen. Karen siempre había tenido algo de vello pero a veces se le notaba
algunos pelos oscuros sin necesidad de que se pusiera al trasluz.
- Ni lo sé… No
me importa, trabajando supongo ¿has follado lo suficiente?, respondió Karen.
Milton rió
pero el tono de Karen, uruguaya (desde entonces Milton siempre ha considerado a
los argentinos, a los chilenos y a los uruguayos como primos hermanos) no era
el tono afectuoso de todos los días. Milton se sentía querido, más bien
protegido, por Mauri y Karen, puede que fuera el hijo que siempre perdieron y
que nunca tuvieron (no tengo muy claro si al cabo de los años tuvieron uno).
Para romper el hielo Milton, ya cambiando el semblante a serio le dijo:
- ¿Quieres una
copa?
- Si, pero no
aquí, ¿quieres tomar una en mi casa?
Milton
“alucinaba en colores”, esa invitación era lo que luego sería, el comienzo del
abandono de su ombligo; a partir de ese día Milton sabría que no era el centro
del Universo o en todo caso tendría que considerar que había más centros en el
Universo y Karen era uno de ellos.
Al día
siguiente Milton no era el mismo bajo la manta, viendo la televisión, su novia
le miraba, él fumaba y fumaba pero su novia sabía que algo no iba bien; después
de que se fueran su madre y su hermana echó seis polvos pero la cosa no iba
bien.
Cuando volvió
a ver a Karen, no sabía realmente que era ella: nada más lejos de aquella mujer
culta de modales elegantes; incluso, tal vez el estilo si fuera el mismo, pero
el pelo no era el mismo y las carnes tampoco. Pero era ella. Ella lo sabía
realmente y Milton empezaba a sospecharlo. Serían las miradas.
- ¿Estás?
- Eso fue
antes del desencripte ¿no?
Dos o tres
años antes. Karen se paseaba con su utilitario a toda pastilla por las calles
de Villaverde con las ventanillas abiertas y la radio a tope, iba y venía de El
Korteinglés al gimnasio pegando acelerones y dando saltitos en su asiento al
son de la música zumba, meneando la cabecita, con la boca sonriendo y mirando
por encima de sus gafas de sol, cuando encontraba a Milton.
- Hooooola
guaaaapo.
- Hola Karen,
hola Princesita.
Una vez Milton
recorrió doscientos kilómetros para vez a Karen, la había encontrado y desde
ese momento no dejó de ser, de nuevo su amante. Seguía viviendo con Mauri;
efectivamente tenía dos hijos (el desencripte juega malas pasadas) y Mauri no
reconoció, después de tantos años a Milton. Milton dejó las drogas (que no el
alcohol) pero Mauri cada vez fumaba más y bebía más y lo peor era que se había
vuelto violento y tenía, de vez en cuando, algún que otro altercado y había que
sacarlo de comisaría. Karen nunca le perdonó la ofensa del pasado. El
desencripte de Karen llevaba buen curso pero Milton seguía pensando que
faltaban papeles que Cide le había ocultado. No sólo eso, Milton era incapaz de
concentrarse con el ir y venir de su mujer cambiándole la programación,
poniéndole canales de salsa rosa, chismes, cotilleos y toda esa mierda que
ponen en la tele para que el desencripte nunca pueda llevarse a cabo; siempre
te dejas algo; o si no te ponían el tiempo, que siempre fallaba pero que era
necesario si querías ir cómodo con Luci camino de la Corporación. A todo esto
la Corporación se la tenía sentenciada a Milton. No había más que
inconvenientes y trabajo tedioso; lo último fue un ensayo de Octavio que no
sirvió de gran cosa. Milton tenía muy claro que tenía que dejarlo pero si el
desencripte fallaba tendría que seguir con esa gentuza que sólo aspiraba a
vivir con termomix y hacer viajes a Tallín o lo que tocara. ¡Verdaderamente una
puta mierda! (Cuando no sale el desencripte, todo va mal, habrá que volver a
visitar a Cide)
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