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viernes, 22 de noviembre de 2013

RELAPSO (II)

II
Milton amaba a su mujer. Tenía diferencias con ella a la hora de interpretar la palabra amor pero la amaba (tal vez la admiraba más que otra cosa pero, seguramente, el amor (léase cadena) fuera el nexo de unión que hacía que nunca la pudiera abandonar definitivamente. Milton la conocía desde la época en que fueron adolescentes y llevaban conviviendo más de treinta años. Los papeles grises que ella no le pidió para seguirle se convirtieron en hipoteca, agenda de cuentas, trabajo continuo y “vida social”. Milton tenía una amante, Karen, veinte años mayor que él. Una noche, de novios, Milton y su mujer se despidieron como todas las noches porque a las diez había que estar en casa. La tarde había sido de las de meterse mano por debajo de la manta que los “ocultaba” de las miradas de la madre y la hermana de Milton mientras veían la televisión, esperando no sé a qué pero que a la hora o así desaparecían y podían hacer el amor y practicar más el juego clitoridiano. Milton envidiaba el placer que se descubría en su mujer. Le gustaba mirarla pero también le gustaba elevar la cuenta de polvos que llevaba en la tarde, seis, siete. Milton se encaminaba a darse un homenaje, cuatro o cinco blended, paquete de tabaco entero, bocadillo y a dormir. Esa noche Karen, estaba esperándole en la barra del pub.
- ¿Y Mauri? Preguntó a Karen.
Karen y Mauri estaban casados, pero no se llevaban bien; un día Mauri le hizo una afrenta a Karen, de la que, posiblemente, se iba a arrepentir para el resto de su vida, se enfadó con ella convencido de que le estaba poniendo los cuernos con no sé qué importador de sanitarios, hubo discusión y, en un momento acalorado (los dos eran muy educados y nunca se habían faltado al respeto) Mauri le dijo que si el de los sanitarios la follaba por detrás para no ver la barba y el bigote de Karen. Karen siempre había tenido algo de vello pero a veces se le notaba algunos pelos oscuros sin necesidad de que se pusiera al trasluz.
- Ni lo sé… No me importa, trabajando supongo ¿has follado lo suficiente?, respondió Karen.
Milton rió pero el tono de Karen, uruguaya (desde entonces Milton siempre ha considerado a los argentinos, a los chilenos y a los uruguayos como primos hermanos) no era el tono afectuoso de todos los días. Milton se sentía querido, más bien protegido, por Mauri y Karen, puede que fuera el hijo que siempre perdieron y que nunca tuvieron (no tengo muy claro si al cabo de los años tuvieron uno). Para romper el hielo Milton, ya cambiando el semblante a serio le dijo:
- ¿Quieres una copa?
- Si, pero no aquí, ¿quieres tomar una en mi casa?
Milton “alucinaba en colores”, esa invitación era lo que luego sería, el comienzo del abandono de su ombligo; a partir de ese día Milton sabría que no era el centro del Universo o en todo caso tendría que considerar que había más centros en el Universo y Karen era uno de ellos.
Al día siguiente Milton no era el mismo bajo la manta, viendo la televisión, su novia le miraba, él fumaba y fumaba pero su novia sabía que algo no iba bien; después de que se fueran su madre y su hermana echó seis polvos pero la cosa no iba bien.
Cuando volvió a ver a Karen, no sabía realmente que era ella: nada más lejos de aquella mujer culta de modales elegantes; incluso, tal vez el estilo si fuera el mismo, pero el pelo no era el mismo y las carnes tampoco. Pero era ella. Ella lo sabía realmente y Milton empezaba a sospecharlo. Serían las miradas.
- ¿Estás?
- Eso fue antes del desencripte ¿no?
Dos o tres años antes. Karen se paseaba con su utilitario a toda pastilla por las calles de Villaverde con las ventanillas abiertas y la radio a tope, iba y venía de El Korteinglés al gimnasio pegando acelerones y dando saltitos en su asiento al son de la música zumba, meneando la cabecita, con la boca sonriendo y mirando por encima de sus gafas de sol, cuando encontraba a Milton.
- Hooooola guaaaapo.
- Hola Karen, hola Princesita.

Una vez Milton recorrió doscientos kilómetros para vez a Karen, la había encontrado y desde ese momento no dejó de ser, de nuevo su amante. Seguía viviendo con Mauri; efectivamente tenía dos hijos (el desencripte juega malas pasadas) y Mauri no reconoció, después de tantos años a Milton. Milton dejó las drogas (que no el alcohol) pero Mauri cada vez fumaba más y bebía más y lo peor era que se había vuelto violento y tenía, de vez en cuando, algún que otro altercado y había que sacarlo de comisaría. Karen nunca le perdonó la ofensa del pasado. El desencripte de Karen llevaba buen curso pero Milton seguía pensando que faltaban papeles que Cide le había ocultado. No sólo eso, Milton era incapaz de concentrarse con el ir y venir de su mujer cambiándole la programación, poniéndole canales de salsa rosa, chismes, cotilleos y toda esa mierda que ponen en la tele para que el desencripte nunca pueda llevarse a cabo; siempre te dejas algo; o si no te ponían el tiempo, que siempre fallaba pero que era necesario si querías ir cómodo con Luci camino de la Corporación. A todo esto la Corporación se la tenía sentenciada a Milton. No había más que inconvenientes y trabajo tedioso; lo último fue un ensayo de Octavio que no sirvió de gran cosa. Milton tenía muy claro que tenía que dejarlo pero si el desencripte fallaba tendría que seguir con esa gentuza que sólo aspiraba a vivir con termomix y hacer viajes a Tallín o lo que tocara. ¡Verdaderamente una puta mierda! (Cuando no sale el desencripte, todo va mal, habrá que volver a visitar a Cide)

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