Páginas

viernes, 15 de noviembre de 2013

RELAPSO (I)

RELAPSO
IEstos Episodios los encontró Milton, el día que perdió la pista de El Miserable, en un mercadillo de Villaverde; Cide Hamete Benengeli vendía pañuelos de alta calidad, éstos tenían la particularidad de provocar viento allí donde estuvieran. Sus pañuelos, foulards y túnicas de deseo eran conocidos en toda la zona pero la atracción que tenían se desvanecía casi siempre por el viento que siempre les acompañaba. Cide Hamete, entre venta y venta, hacía abdominales en las barras del aparcamiento de bicis, hablaba poco francés pero lo hablaba porque siempre daba un toque de chance a su venta, él era marroquí y se lavaba de vez en cuando. Cide Hamete conocía a Milton y sabía que algún día le haría la pregunta apropiada.
- Comment ça va? Monsieur.
- Ça va!, ça va?
- Ça va, Monsieur.
Hizo ademán de mostrarme los largos y blancos foulards, se retiraba hacia atrás y en un baile medido (aunque pareciera anárquico) dejaba ver como los vestidos y pañuelos se acercaban hacia mí mecidos por su aire, él me miraba a  los ojos para ver si comprendía lo que pasaba.
- ¡Son mágicos!
- Oui, Monsieur.
- Très jolie.
Hice ademán de seguir, un olorete de no bañarse en tres o cuatro días me hacía incómoda, no hostil, la permanencia prerregateante que siempre he odiado o al menos me ha incomodado, era como si en vez de pañuelos me fuera a vender alfombras (¿para qué coño quiero yo una alfombra?). Cide me agarró por el hombro.
- Tengo algo para ti.
- Ya era hora; supongo que el rollo regateante nos lo podemos evitar ¿no?
- Tengo lo que andas buscando.
Quedamos para el día siguiente. Cuando apareció parecía un porteador de los que pasan la aduana española con Marruecos. Llevaba un saco grande de yute a su espalda, otro más pequeño y una bolsa de Karrefour de asas largas al hombro, que agarraba con una mano y con el codo presionaba para que no se escapara su interior y allí estaban, delante de mí, los papiros encriptados en el tiempo, listos para su traducción. Me contuve como pude pero Cide advirtió el sobresalto que ocasionaba en mí todo aquel material; - Me va a sacar las tripas, pensé.
- ¿Cuánto?
- Ça va.
- Ça va?
- Oui Monsieur.
Puse cara de póker, aquello debía estar en el puto juego del regate, pero no fue así. Me acompañó hasta el maletero del coche y me dijo:
- Imposible vender, ce mal.
Movía las manos como si estuviera atrayendo los pañuelos que ahora no llevaba y me daba la impresión de que estaba feliz de poder despojarse de ellos.
- ¿Por qué no te has deshecho de ellos antes?
Me miró como si estuviera escupiendo a Dios, se alejó y sin mirar diciendo:
- Ça va.

- Je pense la même chose. Grité.

No hay comentarios:

Publicar un comentario