RELAPSO
IEstos
Episodios los encontró Milton, el día que perdió la pista de El Miserable, en
un mercadillo de Villaverde; Cide Hamete Benengeli vendía pañuelos de alta
calidad, éstos tenían la particularidad de provocar viento allí donde
estuvieran. Sus pañuelos, foulards y túnicas de deseo eran conocidos en toda la
zona pero la atracción que tenían se desvanecía casi siempre por el viento que
siempre les acompañaba. Cide Hamete, entre venta y venta, hacía abdominales en
las barras del aparcamiento de bicis, hablaba poco francés pero lo hablaba
porque siempre daba un toque de chance a su venta, él era marroquí y se lavaba
de vez en cuando. Cide Hamete conocía a Milton y sabía que algún día le haría
la pregunta apropiada.
- Comment ça
va? Monsieur.
- Ça va!, ça
va?
- Ça va,
Monsieur.
Hizo ademán de
mostrarme los largos y blancos foulards, se retiraba hacia atrás y en un baile
medido (aunque pareciera anárquico) dejaba ver como los vestidos y pañuelos se
acercaban hacia mí mecidos por su aire, él me miraba a los ojos para ver si comprendía lo que
pasaba.
- ¡Son mágicos!
- Oui,
Monsieur.
- Très jolie.
Hice ademán de
seguir, un olorete de no bañarse en tres o cuatro días me hacía incómoda, no
hostil, la permanencia prerregateante que siempre he odiado o al menos me ha
incomodado, era como si en vez de pañuelos me fuera a vender alfombras (¿para
qué coño quiero yo una alfombra?). Cide me agarró por el hombro.
- Tengo algo
para ti.
- Ya era hora;
supongo que el rollo regateante nos lo podemos evitar ¿no?
- Tengo lo que
andas buscando.
Quedamos para
el día siguiente. Cuando apareció parecía un porteador de los que pasan la
aduana española con Marruecos. Llevaba un saco grande de yute a su espalda,
otro más pequeño y una bolsa de Karrefour de asas largas al hombro, que
agarraba con una mano y con el codo presionaba para que no se escapara su
interior y allí estaban, delante de mí, los papiros encriptados en el tiempo,
listos para su traducción. Me contuve como pude pero Cide advirtió el
sobresalto que ocasionaba en mí todo aquel material; - Me va a sacar las
tripas, pensé.
- ¿Cuánto?
- Ça va.
- Ça va?
- Oui
Monsieur.
Puse cara de
póker, aquello debía estar en el puto juego del regate, pero no fue así. Me
acompañó hasta el maletero del coche y me dijo:
- Imposible
vender, ce mal.
Movía las
manos como si estuviera atrayendo los pañuelos que ahora no llevaba y me daba
la impresión de que estaba feliz de poder despojarse de ellos.
- ¿Por qué no
te has deshecho de ellos antes?
Me miró como
si estuviera escupiendo a Dios, se alejó y sin mirar diciendo:
- Ça va.
- Je pense la
même chose. Grité.
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