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viernes, 20 de diciembre de 2013

RELAPSO (V)

V
Otra vez estoy asustado, de nuevo el terror a lo que ya me sé. He entrado en una dinámica soez y pobre, soy ruin, mediocre, un poeta que no puede hacer versos porque el estallido es necesario, posiblemente no lo sea, pero necesito maldecir mi existencia. Miles de veces he sido condenado, miles de veces he faltado a la Reconciliación, he ofendido a Dios, mi creador, le he buscado eternamente; no he conseguido encontrar mi salvación, no he podido retornar a mi inicio y sé que jamás lo conseguiré aún teniendo la opción. Sólo soy mortal en el cuerpo de hoy. Estoy condenado a ser juzgado por Relapso, una vez más y tendré que cumplir la pena, otra vez, una vida entera y de nuevo lo mismo. Avanzan los años, miro atrás, imágenes, no entiendo nada. He conseguido ¿tres, cuatro, a lo sumo cinco enlaces técnicos? Todos cuentan una historia, que yo relato, todos han vivido otra realidad y creen que soy uno como ellos, aunque es posible que no lo sepan. Es posible que esté solo. ¡No puede ser! Soy más mortal que los que se pudren definitivamente, sé lo que es la muerte y esta espera, después de tanto fracaso es un “Purgatorio” inútil porque no hay nada que purgar, todo está decidido, todo está marcado, el destino siempre es el mismo. La vida no tiene sentido, sólo sensaciones que quedan, intento descartar las dolorosas, aunque es posible que no se descarten sino que simplemente ya no duelen. Reunir esa conexión perdida con ella, ese ser ella para entenderla, ese hacer el amor como ella, con ella y para ella, ese don, ese tránsito.
- ¿Estás?
- Sí te oigo, dime.
- La última vez que Karen me hizo el amor, como ella sabe hacerlo cuando sabe que algo va mal, fue sublime, se entregó de nuevo (ya se me había olvidado la de veces que se había entregado, aparecía otra vez la que tantas veces desprecié y me dio todo). Esa tarde no se me olvida.
- ¿Todo?
- Todo lo que hizo lo hizo bien. Recuerdo hace treinta años, cuando estábamos empezando; no menos, unos veinte, ahora lo veo de otra manera, ella se dejaba hacer. La última vez, fue ella la que hizo, yo no lo esperaba, algo se estaba jugando, los días anteriores estaba celosa, me regañaba, yo reía pero sentía el tono de advertencia en sus palabras y luego esa forma de hacerme el amor.
- Tú ¿te has enterado del libro?
- Tengo una idea sobre lo que realmente quiere decir, a veces pienso que se lo quitaron de encima, que lo del accidente de coche fue un truco para quitárselo de encima, escribe como Márquez pero con cosas de aquí, llega más, era bueno y sobre todo tenía carrera, ¿era médico, no?
- Siquiatra.
- Los siquiatras me caen bien porque han estudiado Medicina, tienen que conocer el cuerpo, no son apuntadores que han leído a Freud.
- La señora de la libreta la tienes de jurado.
- Puede que sea la única que me declare inocente.
- ¿Estás listo?
- ¡Adiós Papi!
Un grupo de soldados se instala en la Sala. ¡Culpable! Una mujer, redonda, con un cuchillo pelando patatas. ¡Culpable! El Gato, culpable, un perro amarillo que huye (no quiere saber nada), una leona herida, culpable, un… ¿Adiós Papi? Una joven, en bragas, con el aifon en la oreja deja la Sala, otra la llama con una maleta rumbo a Ámerica. ¡Espera hermana! ¡Adios Papi! ¡¡Muuaaac!, Karen también se va con ellas ¡Adiós Moncho! Roussell espera congelado con el papel en la mano, parece que pone inocente, pero el bloque de hielo no lo permite ver con claridad, no vale el voto. Burroughs ha perdido su voto. Un negro de Harlem lee a Lorca mientras su mujer espanta a una cucaracha gigante con la papeleta mojada en las manos. Un ciego de Buenos Aires quema las claves del desencripte y se abrasa con ellos. Un Capitán hace versos a su amada mientras lucha por lo que ama, su guerra, su amor, su mujer. Una… (Cide no ha traído todos los papeles de ella. La Corporación no me deja trabajar, estoy obligado a acabar lo que nunca he empezado, pero el tiempo apremia) La Bestia se acerca me sonríe, me abraza y me enseña el papelito, culpable. Unos… ¡Culpable!, un… ¡culpable! Son las 20:00 tengo que hacer la cena, mientras echo la sal en mi sartén de hierro, Karen llena todo, la siento, ella no sabe quien me enseñó lo de la sal pero es igual, se reparte bien, el fuego la calienta y aparece corpórea, sonríe, le gusta verme con mis manías y mi forma de organizarme, cree que es mejor cocinera que yo. El espejo negro apaga el silencio, el gas empuja y vuelo por los aires.

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