V
Otra vez estoy
asustado, de nuevo el terror a lo que ya me sé. He entrado en una dinámica soez
y pobre, soy ruin, mediocre, un poeta que no puede hacer versos porque el
estallido es necesario, posiblemente no lo sea, pero necesito maldecir mi existencia.
Miles de veces he sido condenado, miles de veces he faltado a la
Reconciliación, he ofendido a Dios, mi creador, le he buscado eternamente; no
he conseguido encontrar mi salvación, no he podido retornar a mi inicio y sé
que jamás lo conseguiré aún teniendo la opción. Sólo soy mortal en el cuerpo de
hoy. Estoy condenado a ser juzgado por Relapso, una vez más y tendré que
cumplir la pena, otra vez, una vida entera y de nuevo lo mismo. Avanzan los
años, miro atrás, imágenes, no entiendo nada. He conseguido ¿tres, cuatro, a lo
sumo cinco enlaces técnicos? Todos cuentan una historia, que yo relato, todos
han vivido otra realidad y creen que soy uno como ellos, aunque es posible que
no lo sepan. Es posible que esté solo. ¡No puede ser! Soy más mortal que los
que se pudren definitivamente, sé lo que es la muerte y esta espera, después de
tanto fracaso es un “Purgatorio” inútil porque no hay nada que purgar, todo
está decidido, todo está marcado, el destino siempre es el mismo. La vida no
tiene sentido, sólo sensaciones que quedan, intento descartar las dolorosas,
aunque es posible que no se descarten sino que simplemente ya no duelen. Reunir
esa conexión perdida con ella, ese ser ella para entenderla, ese hacer el amor
como ella, con ella y para ella, ese don, ese tránsito.
- ¿Estás?
- Sí te oigo,
dime.
- La última
vez que Karen me hizo el amor, como ella sabe hacerlo cuando sabe que algo va
mal, fue sublime, se entregó de nuevo (ya se me había olvidado la de veces que
se había entregado, aparecía otra vez la que tantas veces desprecié y me dio
todo). Esa tarde no se me olvida.
- ¿Todo?
- Todo lo que
hizo lo hizo bien. Recuerdo hace treinta años, cuando estábamos empezando; no
menos, unos veinte, ahora lo veo de otra manera, ella se dejaba hacer. La
última vez, fue ella la que hizo, yo no lo esperaba, algo se estaba jugando,
los días anteriores estaba celosa, me regañaba, yo reía pero sentía el tono de
advertencia en sus palabras y luego esa forma de hacerme el amor.
- Tú ¿te has
enterado del libro?
- Tengo una idea sobre lo que
realmente quiere decir, a veces pienso que se lo quitaron de encima, que lo del
accidente de coche fue un truco para quitárselo de encima, escribe como Márquez
pero con cosas de aquí, llega más, era bueno y sobre todo tenía carrera, ¿era
médico, no?
- Siquiatra.
- Los
siquiatras me caen bien porque han estudiado Medicina, tienen que conocer el
cuerpo, no son apuntadores que han leído a Freud.
- La señora de
la libreta la tienes de jurado.
- Puede que
sea la única que me declare inocente.
- ¿Estás
listo?
- ¡Adiós Papi!
Un grupo de
soldados se instala en la Sala. ¡Culpable! Una mujer, redonda, con un cuchillo
pelando patatas. ¡Culpable! El Gato, culpable, un perro amarillo que huye (no
quiere saber nada), una leona herida, culpable, un… ¿Adiós Papi? Una joven, en
bragas, con el aifon en la oreja deja la Sala, otra la llama con una maleta
rumbo a Ámerica. ¡Espera hermana! ¡Adios Papi! ¡¡Muuaaac!, Karen también se va
con ellas ¡Adiós Moncho! Roussell espera congelado con el papel en la mano,
parece que pone inocente, pero el bloque de hielo no lo permite ver con
claridad, no vale el voto. Burroughs ha perdido su voto. Un negro de Harlem lee
a Lorca mientras su mujer espanta a una cucaracha gigante con la papeleta
mojada en las manos. Un ciego de Buenos Aires quema las claves del desencripte
y se abrasa con ellos. Un Capitán hace versos a su amada mientras lucha por lo
que ama, su guerra, su amor, su mujer. Una… (Cide no ha traído todos los
papeles de ella. La Corporación no me deja trabajar, estoy obligado a acabar lo
que nunca he empezado, pero el tiempo apremia) La Bestia se acerca me sonríe,
me abraza y me enseña el papelito, culpable. Unos… ¡Culpable!, un… ¡culpable!
Son las 20:00 tengo que hacer la cena, mientras echo la sal en mi sartén de
hierro, Karen llena todo, la siento, ella no sabe quien me enseñó lo de la sal
pero es igual, se reparte bien, el fuego la calienta y aparece corpórea,
sonríe, le gusta verme con mis manías y mi forma de organizarme, cree que es
mejor cocinera que yo. El espejo negro apaga el silencio, el gas empuja y vuelo
por los aires.
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